La reacción habitual a las diferencias observadas
entre hombres y mujeres en el mercado laboral es atribuirlas al machismo.
Personalmente, no tengo inconveniente en llamarlo así siempre y cuando uno
entienda por machismo, una forma sistemática de
discriminación, como todas las causas objetivas o subjetivas, culturales,
institucionales o tecnológicas, que hacen que haya diferencias de estatus entre
hombres y mujeres lo que en lenguaje feminista se llama “patriarcado”.
La diferencia de salarios entre
personas que ocupan un mismo cargo, y los avisos de trabajo en los que se
exigen individuos con características definidas para asumir un determinado
cargo como por ejemplo: "se necesita dama con buena presencia", son
ejemplos de discriminación que se repiten a diario.
La
desigualdad laboral acompaña a las mujeres desde que tienen edad para
incorporarse al mercado de trabajo hasta que lo abandonan. En este escenario,
la crisis, la reforma laboral y las políticas de recortes que ha llevado a cabo
el Gobierno de Mariano Rajoy sólo han contribuido —según los sindicatos— a
ensanchar aún más esta brecha. A pesar de que, al principio, la destrucción de
empleo fue más notable entre los hombres, ellas continúan teniendo mayores
tasas de paro, menores tasas de ocupación y de actividad y condiciones
laborales más precarias. Coincidiendo con la conmemoración del Día
Internacional de la Mujer Trabajadora, Público desgrana en ocho etapas la
perpetua discriminación de las mujeres en su vida laboral.
Juan Pablo II
“Llega la hora, ha llegado la hora en que la
vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en
el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por
eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las
mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la
humanidad no decaiga”
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